December 05, 2025
Diferenciación territorial y commodities en la economía agrícola global
Uno de los caminos de la agricultura moderna para enfrentar la comoditización de sus productos agrícolas a raíz de un modelo productivo orientado exclusivamente a la maximización de volúmenes y rendimientos por hectárea, es la implementación de sellos de origen, donde la identidad territorial no es sólo un valor agregado sino un activo relevante.
Las Denominaciones de Origen (D.O.) y las Indicaciones Geográficas (I.G.) emergen como herramientas legales que transforman la identidad territorial en valor comercial siendo no solo instrumentos de protección, sino también catalizadores de desarrollo económico local y preservación patrimonial. Para una potencia agroalimentaria como Chile, cuya geografía impone barreras logísticas significativas hacia los mercados de destino, la diferenciación basada en la calidad intrínseca y la reputación histórica de sus valles se convierte en una estrategia comercial.
En Chile, la legislación distingue dos figuras administradas principalmente por el Instituto Nacional de Propiedad Industrial (INAPI).
La Indicación Geográfica (I.G.) constituye el reconocimiento legal de que un producto posee una calidad, reputación u otra característica que puede atribuirse fundamentalmente a su origen geográfico. En esta figura, el vínculo entre el producto y el territorio es necesario pero puede basarse primariamente en la reputación, es decir, en la percepción consolidada del consumidor de que dicho producto, proveniente de esa zona específica, posee atributos distintivos.
La Denominación de Origen (D.O.) representa un estándar de vinculación más estricto y profundo. La normativa exige que la calidad o las características del producto se deban fundamental o exclusivamente al medio geográfico, comprendiendo en este concepto no solo los factores naturales —clima, suelo, hidrografía— sino también, y de manera crucial, los factores humanos. Estos últimos incluyen el saber hacer local (savoir-faire), las tradiciones de cultivo, los métodos de cosecha y los procesos de elaboración que han sido transmitidos generacionalmente y que son irreproducibles fuera de ese contexto cultural y territorial específico.
Asociatividad, marco legal y procedimiento administrativo
El marco legal chileno, anclado en la Ley N° 19.039 sobre Propiedad Industrial y sus reglamentos, alinea estos conceptos con los estándares de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual y los acuerdos comerciales internacionales, buscando evitar la competencia desleal y el engaño al consumidor. La protección otorgada impide que terceros no autorizados utilicen la denominación para productos que no provienen de la zona delimitada o que no cumplen con los protocolos de calidad establecidos, protegiendo así el activo intangible que representa el nombre geográfico.
La obtención de un Sello de Origen en Chile no es un trámite administrativo trivial, sino un proceso complejo que demanda una inversión considerable de tiempo, recursos técnicos y capital social. El procedimiento formal se inicia ante el INAPI, pero sus raíces se extienden mucho antes en la fase de organización comunitaria y levantamiento de información científica.
El primer requisito sine qua non es la asociatividad. La ley faculta para solicitar el reconocimiento a cualquier persona natural o jurídica que represente a un grupo significativo de productores, fabricantes o artesanos de la zona. También pueden actuar como solicitantes las autoridades nacionales, regionales, provinciales o comunales cuando los productos se circunscriben a sus territorios. Sin embargo, la experiencia demuestra que la sostenibilidad del sello depende de la existencia de una estructura de gobernanza local sólida —como una cooperativa, asociación gremial o consejo regulador— capaz de administrar el sello, fiscalizar su uso y gestionar la estrategia comercial post-registro.
En todos los casos chilenos que revisaremos más abajo, el factor común es la existencia de una comunidad organizada que dedicó años a la construcción del expediente técnico y a la validación interna de sus reglamentos de calidad. El tiempo promedio de tramitación administrativa pura puede oscilar entre 18 y 36 meses, pero el ciclo completo de gestación del proyecto rara vez es inferior a cinco años.
El Mapa de la Diferenciación: Casos de Éxito en Chile
El recorrido por los sellos vigentes revela cómo la geografía impone condiciones que la agronomía convierte en ventajas competitivas. En el norte desértico, el estrés abiótico es el factor dominante. El Limón de Pica (IG), primer sello registrado en 2010, se diferencia por su alto contenido de aceites esenciales como el limoneno y un rendimiento de jugo superior al 40%, resultado de las altas temperaturas del oasis. En la misma macrozona, la Aceituna de Azapa (IG) destaca por su fermentación natural lenta que preserva el color violáceo y la pulpa amarga, mientras que el Orégano de la Precordillera de Putre (IG) desarrolla una concentración excepcional de timol y carvacrol como respuesta a la radiación UV sobre los 3.000 metros de altitud. La adaptación genética es la clave del Maíz Lluteño (IG), único capaz de tolerar las altas concentraciones de boro del Valle de Lluta, y del Vino del Desierto (DO), producido con la cepa Tamarugal, una variedad vinífera criolla rescatada que sobrevive en suelos salinos.
Avanzando hacia los valles transversales y la zona central, el clima mediterráneo y la tradición colonial definen los productos. El Aceite de Oliva del Valle del Huasco (DO) valoriza olivares de variedad Sevillana con cuatro siglos de antigüedad, ricos en polifenoles por el clima árido costero. En el ámbito vitivinícola patrimonial, el Pajarete (DO) y el Vino Asoleado (DO) protegen vinos generosos dulces producidos mediante el asoleo de uvas aromáticas en el Norte Chico y el secano del Maule, respectivamente. La Sandía de Paine (DO) ha logrado certificar científicamente que su mayor dulzor y turgencia celular derivan del microclima de la zona de Aculeo. La tradición procesadora se manifiesta en la Chicha de Curacaví (DO), fermentada rústicamente, y en los Dulces de Curacaví (IG) y Dulces de La Ligua (IG), donde se protege la receta y la técnica de batido manual que otorga una textura específica a los empolvados y alfajores. En la costa de O'Higgins, la Sal de Cahuil, Boyeruca y Lo Valdivia (DO) defiende un método de cosecha manual en piscinas estuarinas que produce una sal baja en sodio y rica en oligoelementos marinos.
En el sur y la zona austral, el aislamiento y los microclimas fríos generan productos distintivos. El Tomate Angolino (DO) aprovecha el "efecto biombo" de la Cordillera de Nahuelbuta para madurar en planta con un dulzor inusual para la latitud. Cerca de allí, el Prosciutto de Capitán Pastene (DO) utiliza el aire frío de montaña para curar jamones al natural durante periodos prolongados, siguiendo la tradición de los colonos italianos. La Sidra de Punucapa (DO) en Valdivia se elabora con ecotipos locales de manzanas antiguas mediante fermentación espontánea. En el archipiélago de Chiloé, el aislamiento genético permitió el desarrollo de la oveja chilota, base del Cordero Chilote (IG), cuya carne magra y levemente salina resulta del pastoreo en marismas costeras. Finalmente, los territorios insulares oceánicos protegen sus endemismos marinos: la Langosta de Juan Fernández (IG) y el Cangrejo Dorado (IG) garantizan sostenibilidad y origen, al igual que el Atún de Isla de Pascua (IG), cuya pesca artesanal selectiva asegura una calidad de carne superior.
El caso del Valle de Mallarauco
El análisis de Mallarauco confirma un potencial técnico alto para la obtención de una Denominación de Origen, sustentado en la confluencia de factores naturales y humanos.
Climáticamente, el valle posee una oscilación térmica diaria marcada durante el verano, condición crítica para la acumulación de azúcares (grados Brix) y la fijación de color en frutales, lo que constituye un argumento agronómico sólido para diferenciar por ejemplo sus cítricos (limones y naranjas) o higos frente a zonas con menor amplitud térmica.
El factor humano, requisito indispensable para una DO, la podríamos buscar en la histórica gestión hídrica derivada de la construcción del Canal Mallarauco a fines del siglo XIX, obra que definió la vocación frutícola del territorio. Esta infraestructura no es solo un activo físico; representa una tradición de gestión hídrica comunitaria que ha perdurado por más de un siglo. Asimismo, la existencia de la Asociación de Canalistas de Mallarauco provee la estructura de gobernanza necesaria para titular y administrar el sello, resolviendo la barrera de asociatividad que suele frenar estos procesos.
La posibilidad de que Mallarauco obtenga una Denominación de Origen para su fruta es alta y técnicamente viable. El valle cuenta con los tres pilares fundamentales: un medio geográfico distintivo que imprime calidad comprobable al producto (oscilación térmica), una historia productiva profunda vinculada a la gestión del agua (factor humano), y una estructura social organizada capaz de sostener el proceso (Asociación de Canalistas y agricultores).
Sin embargo, para materializar esta posibilidad, se requiere una estrategia deliberada que transite desde la producción hacia la valorización. Esto implica financiar los estudios técnicos que objetiven las diferencias químicas y organolépticas de la fruta local frente a la de otros valles; redactar un reglamento de uso que eleve los estándares de calidad, excluyendo la fruta mediocre para proteger la reputación de la marca; y construir un relato comercial que comunique al consumidor final que la dulzura de una naranja o un higo de Mallarauco es el resultado irreproducible de su clima continental y su herencia hídrica. Si bien el camino administrativo tomará años, los activos fundamentales ya están presentes en el territorio, esperando ser articulados.
Referencias Bibliográficas
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